Cada vez más hacia el centro se idealiza la perspectiva y muchas veces nos evoca recuerdos de cosas que jamás ocurrieron, o que soñamos o que inventamos. Si seguimos a los iguales terminamos donde empezamos, si seguimos a los parecidos acabamos yendo adonde lo esperábamos, pero si perseguimos en su camino a los distintos podemos llegar a Daniel en su esplendor: sus colores, aromas y sonidos unificados brusca, pero artísticamente en el centro de la cuidad.
Así es Daniel: pura; cada sentimiento, emoción, amor, desdicha, goce, placer o decepción lo es por completo, se demuestra en su gente y en cada paso que dan, formando con sus cristalinas huellas un sendero, un nuevo camino, un nuevo destino, un nuevo final. Se edifica tan lento como el pasar de un segundo, lo no notamos, no pensamos. En Daniel sólo actúas. Cada paso es espontáneo, automático y definido, pero la costumbre los mimetiza hasta hacerlos insensibles o, para nosotros, agradables.
Cada dirección cambia la imaginación. Su poder en los paseantes es total; cálida y dominante es Daniel. Un sonido o palabra logra que muchos pares de algo de alcen y si uno se alza, pronto podrás ver comenzar un nuevo día.
Al entrar te puedes encontrar inmediatamente con un imponente edificio demostrando que Daniel ha comenzado. Miras a tu izquierda y está esta inmensa construcción, algo de miedo e inseguridad recorre la espalda de quien le mira, como si éste capturara tus más recónditos secretos y los pusiera en sus ventanas. Ahora gira a tu derecha, levantas la mirada y notas a los cientos de pares de curiosos ojos observándote ansiosamente. Esperan ansiosos.
Dulce y suave se va tornando el aire, comienza a llover delicadamente y ahora se puede apreciar a las sombras salir de sus hogares. Suenan las gotas contra los pisos de metal. Brillan, bailan y cantan. Y paras.
Un laberinto se descubre en Daniel, nadie lo conoce completo, nadie ha memorizado nada. Los seres no se conocen, o no se recuerdan. Caminan, se pierden y se encuentran otra vez ¿Es la misma persona? Caminan más y más, cada uno de ellos sabe adonde va, conocen todos los finales, los caminos, pero no qué ocurre al llegar allá. Luego de la lluvia el viento sopla en Daniel, levanta a sus habitantes del suelo, los eleva como si fueran de papel, reúne a las familias en armonía.
Todo acaba en sus calles, ya no hay nada más visible. Todo en la ciudad se desvanece, se guarda, y nosotros nos vamos con ella.
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